16 de agosto de 2013

Historia II

Era un anciano que vivía solo en una casa amarilla. Todos los días iba a comprar al mismo negocio a la misma hora, paseaba por la misma plaza a la misma hora, y todos sabían a qué hora estaría en casa. Era viudo, y sus hijos vivian con sus respectivas familias en sus respectivas casas. No tenía siquiera un gato. Años viviendo con esa señora que algunos buscan pero cuando la encuentran ya no la quieren más. Soledad, dicen que se llama.

Como un día cualquier salió a comprar al mismo negocio de siempre. Se tomaba alrededor de una hora en realizar ese viaje. Para cualquiera puede parecer exagerado, pero él deseaba poder demorarse más. No quería volver a su casa, pero no tenía donde ir. Su vejez no le permitía recorrer más y la relación con soledad no le permitía ver más allá. Sólo esperaba que algun día un rayo cayera sobre él, un perro lo atacara, un meteorito lo golpeara, una lluvia lo ahogara, un auto lo chocara, pero nada de eso pasaba. Compró, como siempre, algún articulo escogido por la cantidad de monedas que tenía en su bolsillo. Esta vez fue el turno de un lápiz rojo. Se lo echó al bolsillo y
dio las gracias para emprender el camino de vuelta.

Los pensamientos siempre lo acompañaban. No le significaban algo malo, pues ya no tenía nada que perder. Miraba las cosas que tenía su camino todos los días. Miraba las mismas ventanas de las mismas casas, las mismas flores en los mismos suelos, los mismos arboles con las mismas ramas. Hasta el cielo parecía ser siempre el mismo.
Los minutos pasaron y se llevaron con ellos el camino de vuelta. El anciano se encontraba en su casa, listo para recibir con todo su cuerpo a su compañera, su brutal compañera soledad.

¡SORPRESA!

Confeti saltó por doquier. Aplausos comenzaron a sonar. El cumpleaños del anciano era hoy y sus hijos, nietos y amigos lo habían recordado.

Finalmente encontró lo que buscaba: Ahora estaba con su esposa.