15 de diciembre de 2013

Para despedir, un abrazo. Para saludar, un beso.

Todo se basa en un abrazo, creo yo. Ahí es donde uno pone sus mejores deseos, el mayor Amor y un implícito, pero claro, vuelve pronto. Hombros que se humedecen, tal vez, y oídos que se encuentran con los susurros de labios que prontamente besarán. Palabras que van cargadas como nunca, palabras en las que uno confía plenamente que nos ayudarán en ese momento a dejar una buena, aunque un poco triste, sensación. Todo eso una vez que el simple y a la vez complejo abrazo se pause. Y digo pause porque se reanudara después de que ese tiempo de agonía soportable acabe. Si supiera que el abrazo significa el punto final, no conozco ser humano que desee ponerle fin a uno que por cuenta propia quiso dar.

Aquí te tengo, entre mis brazos, sin la más mínima intención de dejarte ir, pero sé que en algún momento lo tendré que hacer. Disfruto cada segundo que pasa y siento tus brazos presionándome como para que nos fusionemos. Alegría de saber que estoy aquí contigo y pena de saber que no te puedo llevar.

No he dicho una sola palabra porque dejé de confiar en ellas hace mucho tiempo. Las usé bastante en su tiempo de gloria, confiando en que me ayudarían a hacerte sentir o darte a entender qué es lo que pasa acá dentro, pero ni este texto expresa con exactitud las cosas que siento. Muchas veces las palabras me pusieron en una situación que nunca quise estar, pues tus oídos naturalmente sólo escuchan lo que sale de mi boca y no como vibra mi cabeza. No quiero arruinar nada más, no quiero ensuciar nada más, por eso prefiero el silencio. Cuantas veces me miraste como a un desesperado loco cuando intentaba ordenar mi cabeza usando mi garganta, y cómo aumentaba esa idea de mí cuando repentinamente me callaba porque me había dado cuenta de que todo lo que estaba diciendo te daría la idea que no estaba intentando explicar. Las palabras me daban esperanza; creía que sólo hablando se podía decir la verdad. ¿Qué sería de tu mente si escucharas estos pensamientos? Nuevamente una razón de por qué no he dicho una sola palabra desde que te envolví en mis brazos. Creo que basta esta acción para expresar con exactitud lo que siento. Nunca había sentido que existía algo más preciso que las palabras.

Lo que tú estés ahora pensando es un enigma. No quiero siquiera preguntarte, porque pareciera ser evidente. Sé que muchas veces pregunté lo evidente sólo para que se me repitiera, porque simplemente me gustaba escucharlo otra vez, como si fuera mi canción favorita. Muchas de tus palabras me encanta escucharlas dos, tres, cuatro veces. Muchas de tus acciones me gusta presenciarlas diez, veinte, treinta veces, como si fueran mi película favorita.

Antes de llegar aquí veníamos de la mano, sabiendo que luego las soltaríamos para estar así, tal cual estamos, abrazándonos. Yo tomando tu mano, tú tomando la mía, apretada, como si ellas se estuvieran despidiendo también, como si ellas se estuvieran abrazando tal cual lo estamos haciendo nosotros. Nuestras manos. Tus manos en mi pelo, tus manos en mí. Mis manos en tu cara acariciándola mientras tú tienes los ojos cerrados o miras a otro lado. Recuerdo las muchas veces que estábamos sumergidos en esa simple acción, silenciosa y hermosamente ruidosa por dentro, y tú girabas tu cabeza y entraban al escenario otros personajes: tus ojos. Recuerdo cómo nos miramos fijamente durante mucho tiempo y yo inmediatamente, o a veces después de un tiempo, sonreía porque me era inevitable no sentir esas ganas de sonreírte, de mostrarte de ese modo cuán feliz me hace estar en esa posición. Tú sonríes y yo no me resisto: los ojos se cierran y un beso entre nosotros ocurre. Mi situación favorita.

Pero acá estamos, acá estoy, recordando lo que no tendré por un tiempo. Me alegra saber que es sólo un tiempo. Ya empiezo a sentir cómo quieres soltarme, y sé que no lo haces porque no te guste, sino porque de seguro ya llevamos tiempo abrazados. No tengo ni una pequeña idea de cuánto tiempo ha pasado, sólo sé que estás aquí y que, por Dios, no quiero dejarte. Pero no voy a resistirme, no quiero alargar aún más esto. Quiero todo lo contrario: irme, disfrutar y volver con los mejores recuerdos, las mejores emociones y sin dudas las mayores ganas de volver a pasar tiempo contigo.

Me soltaste. Te miro, la fábrica de lágrimas está funcionando como si quisieran llenar un océano, pero lo contengo, lo contengo, lo contengo, lo contengo, lo contengo.

¿Y qué es de un abrazo cuando nos volvamos a ver?

No creo que tanto como lo ha sido en la despedida.

¿Y qué es de un beso cuando nos volvamos a ver?